Wilson es un ingeniero de sistemas colombiano, que trabaja como camarero de cruceros. Tiene mujer y un hijo de 18 años que estudia Derecho en Colombia, a los que ve cada seis meses. Wilson trabaja con una sonrisa natural, con cariño, prudencia y mucha, mucha paciencia. Los jóvenes cuando lo ven por cubierta le suelen cantar: «Wilson como mola, te mereces una ola». Trabaja siempre con mucho estrés y, sin embargo, aun le queda tiempo para enseñar a los niños diferentes formas de doblar servilletas. Todos conocen a Wilson, y en realidad es sólo uno de los 800 empleados que trabajan a bordo.
Anoche, mientras recogía la mesa en la que me había servido la cena, le pregunté por su secreto y me contó que cuando empezó a trabajar como camarero, al no poder ejercitar su profesión, y ante la frustración que eso le producía, tras años de esfuerzo personal, y también económico por parte de su familia para que fuera a la Universidad, su madre le dijo: «hijo, no hay que hacer lo que amas, sino amar lo que haces».
Se aplicó el consejo y es un hombre feliz que acepta todo cómo le viene y además lo disfruta.
María del Castillo Falcón Caro